lunes, noviembre 21, 2005

Aún no se completan ni 48 horas. Pero ya me duelen como si fueran 72.

"Se ve que eres de la banda...

Tras un viaje que resultó más largo de lo que creí, llegué a Aguascalientes.

Me recibió el poeta Juan Manuel El Cholo Rodríguez. "No te conocíamos más que por la foto de tu libro, pero nomás se te ve un ojo". El Cholo tiene talleres literarios en todas las cárceles de Aguascalientes. A mí me había invitado a platicar con los presos del Cereso El Llano, el de máxima seguridad.

Me dejó en el hotel. "Nos vemos mañana, a las 10 y media".

Al día siguiente llegó puntual. Yo seguía sin saber qué esperar. Me sentía ligeramente intranquilo.

El Llano está a casi una hora de Aguas. En el camino, Juan Manuel me contó de sus andanzas "con la banda". Me mostró sus tatuajes, me platicó de la calle. No como aquellos que se las dan de tipos duros que lo han visto todo, sino con la naturalidad de quienes efectivamente lo han hecho.

Al llegar me di cuenta de que el Cholo es todo un pesonaje por aquí. "Buenas, profesor", lo saludan los celadores de la puerta. No puedo evitar sentir cierto dèja vu al entrar.

Hubo que registrarse en la entrada. Un custodio pidió nuestras identificaciones. Cuando vio que mi nombre era el mismo de la portada del libro que llevábamos, cambió totalmente de actitud. "Nunca había conocido a un escritor", me dijo. En la pared había colgado un póster con "La oración del custodio", que no me detuve a leer.

Tras un registro de ropas, entramos a la cárcel. Caminamos por un pasillo subterráneo que desembocó a un patio enrejado que tuvimos que rodear. Otra reja más y ya estábamos adentro, en la escuelita. "Nos dejaron entrar rápido, cuando vienes de visita te encueran, te ponen a hacer sentadillas", acotó mi guía.

Lo primero que me sorprendió fue ver a un par de mujeres por ahí. Maestras y trabajadora social. Lo segundo, que en esta cárcel no hay uniformes.

"¿Qué pasó, prof, los esperábamos a las 10?", dijo un señor de bigote, vestido de jeans. Resultó ser un reo de alta peligrosidad, de esos que sacan esposados como a Hannibal Lechter.

Había habido una confusión de hora. Los muchachos se había ido, cansados de esperar. Pero ahí seguían Fernando, el de bigote, y Juan, chaparrín tatuado de pies a cabeza.

"Vayan por los otros", pidió el Cholo. Hubo que dar sus nombre a otro guardia. Y esperar un poco.

Fueron llegando uno a uno. Otro Fernando, otro Juan, Parrish, Josué, El Pitas, Alfredo... Saludé a todos de mano, intentando aprenderme sus nombres.

Asesinos, violadores, secuestradores.

Todos ellos, incluso Juanito el de los tatuajes, venían con la tranqulidad de quien se ha resignado al encierro, de los que saben que pasarán ahí un buen rato. La moyoría eran más jóvenes que yo.

"Platícanos", me animó el Cholo para abrir fuego, valga la expresión, "sobre tu visión de la narrativa. Cuéntanos sobre tu libro."

Y hablé.

Hablé sobre nuestra necesidad de escuchar historias, que no hemos podido saciar desde que nos reuníamos alrededor de las fogatas. Del privilegio del que gozamos los que trabajamos con las palabras como los carpinteros con la madera. De la capacidad liberadora de la poesía, de la narrativa. Después les leí uno de los cuentos.

Ellos me escuchaban. De tanto en tanto alguien preguntaba algo. Se convirtió en una plática entre cuates. En poco rato algunos de ellos me dieron a leer sus poemas. Acabamos hablando de libros, de sus lecturas. Supe que varios de ellos habían ganado premios de poesía, dentro y fuera de la categoría penitenciaria.

En la reducción del encierro, los hombres más rudos son gente muy sensible, muy receptiva.

Llegó la hora de despedirse. Me hubiera gustado quedarme más. Cuando uno me preguntó que si se podía vivir de escribir les dije que no, pero que experiencias como la que me habían regalado aquella mañana no tenían precio, compensaban todo. Había llegado la hora de la comida para ellos. "El toro", le decían. Lamenté despdirme.

"Cuando nos dijeron que venía un escritor", me dijo Juan Tatuajes, "pensamos que vendría un cuate de traje, muy mamón. Pero nomás de verte se ve que eres de la banda."

Salí flotando.

Sólo hasta que íbamos de regreso le pregunté a Juan Manuel porqué estaba dentro cada uno de ellos. Maldito morbo.

Hubiera preferido no saberlo.

De vuelta a la frivolidad



Mamá Pulpa sacó su disco. Tras 9 años de tocar ininterrumpidamente, con grandes altibajos y cambios de miembros, el proyecto de Alfredo Fernández (único sobreviviente original) presenta su CD El mundo es muy difícil. Conseguible en los Mix-Up. Un saludo a Chipotes, el Huevo y Pascual, los demás pulpos...

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