jueves, febrero 05, 2004

Cuicatlán

Oaxaca. Lugar tan folclórico como miserbale. Tierra de esplendores prehispánicos y vejación colonial. Un lugar sobre el que tengo sentimientos encontrados que no consigo conciliar.

Esta vez el viaje anual de Bésame mucho ha traído mis pasos y los del resto de los que trabajan conmigo a este lugar, tierra de contradicciones y confusión de donde en algún momento de finales de los años veinte mi abuelo materno se largó para jamás volver como no fuera para abonar un poco a sus fantasmas y regar sus recuerdos antes de que el calor los devorara.

Cuicatlán, la tierra del canto, es el pueblo donde nació Alfredo Brigada en 1906. Una población papayera al norte de la capital del estado rodeada de montañas rojizas --seguramente ricas en óxido de cobre-- que recuerdan bastante el paisaje de Tepoztlán. Un pueblito olvidado por dios hasta que hace poco un cuicateco, Diódoro Carrasco, se hiciera gobernador del estado y privilegiara al pueblo con una carretera decente que lo une a Oaxaca tras atravesar las montañas.

Guiados por mis primas Vicky (tocaya de mi mamá, ambas nombradas en honor de alguna bisabuela mía) y su hermana Rosalía, los besadores fuimos al origen mismo de mis antepasados zapotecos.

La casona, a todas luces un enclave caciquil, no ha cambiado nada en ochenta años. Yo tenía veinte de no visitar el pueblo (mi abuelo murió en el 91).

Extraño, volver a lugares que visitaste de niño. Curioso, pasear tu mirada adulta ahí por donde antes se asombró el niño que fuiste.

Pese a lo que digan mi mamá y mi tía Martha (que es mi segunda mamá) Cuicatlán tiene muy poco de bello, aunque sí mucho de pintoresco. El calor agobiante me explica porqué mi abuelo huyó de ahí. De aquel pueblo de sus recuerdos, en cuya plaza colgaron cadáveres de varios caciques ajusticiados por los revolucionarios zapatistas, no queda nada.

Y sin embargo, me sentí envuelto por memorias ajenas, por recuerdos que no me pertenecen y que sin embargo forman parte de mí, como la tristeza de los ojos en el retratro de Mamá Vickita, como el ulular de la brisa que refresca la casona cuicateca, como un trozo del cielo que vio a mi abuelo partir, como un instante en medio de las montañas que aprisionan al pueblo.

Disculpen el tono melancólico. Sucede que hoy, al pararme en la puerta de la casona, casi escuché a aquellos ancianos cuicatecos que reconocían a mi abuelo al pasar y le preguntaban con el inconfundible acento oaxaco "¿Dónde vas, Alfredo Brigada?". Y no pude evitar sentir los fantasmas de mis muertos revolotarme las orejas.

Vamoz, México
No tuve tiempo de comentar el escándalo del financiamiento de la fundación de Marta Sahagún antes de salir de México City.

El asunto, destapado por el influyente Financial Times de Londres (cuya seriedad pocos cuestionarían, si bien sus intenciones son otro cantar) parece tener detrás la manota del güero Castañeda Gutman. De ser así, doña Martita tendrá que entender que no es omnipotente, y que no hay enemigo pequeño, aunque lo hayas corrido del gabinete y seas la primera dama de un país bananero.

La neta, disfrutaría enormemente que le dieran un buen tateaquí a esta mujer, que a màs de antipática, se cree ahora la dueña del país (pero sigan votando por Fox...).

Breves

Bital fue comprado por el grupo financiero HSBC. La banca mexicana está en manos etranjeras, excepto Banorte.



El cardenal Norberto Rivera ha declarado que ser narcotraficante no es motivo para ser excomulgado, pero usar la famosa pastilla del día siguiente sí que lo es. A eso llamo yo coherencia. Duro con ellas, Norberto.



John Lydon, previamente conocido como Johnny Rotten, ex cantante de los Sex Pistols y ahora del Grupo PIL protagoniza, junto con otros famosos locales, el programa Celebrity, equivalente inglés de lo que en nacolandia conocemos como Big Brother VIP. No cabe duda, ya no hay héroes.



Sigue sin emgancharme El código Da Vinci de Dan Brown. Van 100 páginas. Si en otras 50 no me clavo, se lo devuelvo a David y me pongo a leer los diálogs de Platón.

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