lunes, febrero 10, 2003


El viejo tío Bill

El libro que me llevé a la playa fue Junky, primera novela de William Seward Burroughs, escrita parcialmente en la ciudad de México durante la estancia del autor en nuestro país (1949-1952) en su huida de las leyes norteamericanas. El libro fue originalmente firmado con el seudónimo de William Lee, alter ego que el viejo junky utilizaría por el resto de su vida.

Burroughs es un autor desconcertante en más de un sentido. Homosexual y adicto a las drogas, fue el nieto del inventor de la máquina sumadora Burroughs (hoy Unisys), lo cual le permitió ser un junior toda su vida (entre otras cosas, jamás trabajó).

El viejo Burroughs —no conozco foto de él donde no se vea ruco, ni siquiera aquellas de cuando era niño— está sin duda emparentado, aunque sea circunstancialmente, con los beatniks, siendo Ginsberg y Kerouac cercanos amigos suyos, del mismo modo que necesariamente converge en no pocos puntos (homosexualidad, adicciones, sordidez, Tánger) con Jean Genet, quien pareciera ser su contraparte francesa.

Sin embargo, WSB parece ser un autor aislado, un escritor sin pasado como diría Guillermo Fadanelli, cuya tradición inicia y termina con él mismo. En Burroughs, el personaje parece devorar a la obra, que a su vez engulle al autor como una eterna serpiente uroboros (¿se escribe así?), imposible de disociar, incomprensible una de la otra. No es posible leer a Burroughs ignorando que mató a su esposa de un tiro jugando su rutina de Guillermo Tell en un departamento de la colonia Roma. No se entiende en su totalidad el impacto de sus imágenes sin saber sobre su estancia en Marruecos, inyectándose heroína y fumando kif.

Los libros de William Burroughs fueron algunas de las lecturas más apasionadas de mi adolescencia tardía. Sin embargo, a la vuelta de diez años descubro que no siempre logra trascender su propio mito, que de repente puede ser tan decadente como un Elvis Presley gordo en su última temporada en Las Vegas.

No obstante, lo adoro.


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